ÉTICA Y ESTÉTICA EN LA LITERATURA (III) para Voces y bits. OBRADOR DE TEXTOS







Efectivamente hemos analizado y avanzado en las diferentes concepciones y funciones que debía tener la ética y la estética en el arte y en su manifestación vital y social; desde Schiller, en su pretensión de avanzar hacia lo “absoluto” a través de la estética como método de humanización y sensibilización para la consecución de la verdadera libertad; al triunfo de las vanguardias, con sus nuevas utopías antisistema, en las que la estética está supeditada a la transformación de una sociedad que busca crear un hombre nuevo;  hasta la actual “estetización del arte” de Lipovetsky y Serroy, donde la literatura ya no busca transformar al ser humano, ni educarlo en la libertad ni la verdad, sino en la lógica del entretenimiento y el consumo. Una deprimente manera de pasar el tiempo que no trasciende lo cotidiano, que aspira a una sociedad donde, como muy acertadamente nos argumenta Santiago en su escrito, para Voces y bits,  “la utilidad parece haber devorado la belleza” y donde los valores humanistas se ven eclipsados por un capitalismo artístico, que busca ante todo cultivar el hedonismo de una nueva sociedad y un nuevo individuo de cuño estético-emocional.

El objeto artístico está rebasado por las emociones y ha sido despojado de toda originalidad, pues (y aquí vuelve a dar en el clavo nuestro compañero Santiago Martín)  “ahora existen infinidad de dioses y exuberancia de morales al servicio del consumidor” que le ofrecen sin más, ese “caxupo amarillo de frío plástico” que busca suplantar al original y que, con demasiada frecuencia, consigue saquear todo su sentido y valor, provocando el vacío, la desilusión y el hartazgo.

Ante esta uniformidad, ante esta osadía de poner precio a todo, solo nos queda la propuesta de El viejo boxeador, de los cantautores Narwán, Kevin Johansen (que tan amablemente nos regaló Francisco Ayudarte al inicio de este debate, para entrar en harina y centrar el tema) que no es otra que sentirnos campeones al levantarnos tras cada una de las caídas, pues aún es posible producir una literatura capaz de conservar su poder subversivo, una literatura que despierte la capacidad de responder críticamente a la realidad, rompiendo lo cotidiano y rescatando la ficción, para ofertar nuevos significados capaces de crear disenso.

¿Cuál es el camino? ¿Habría que romper la estetización social actual volviendo, por ejemplo, al teatro de la crueldad de Artaud o a la narrativa de Montero Glez en “Manteca colorá”, como acertadamente nos invita Macarmen (donde ética y estética son una sola a la hora de mostrarnos, de forma descarnada, cómo la violencia y la tortura son el reflejo de una sociedad cimentada en el odio) o tal vez lo más adecuado sería seguir las pautas del teatro épico de Brecht o la fluida narrativa de G. Torrente Ballester en “ Filomeno, a mi pesar” mostrando un distanciamiento crítico que no influya emocionalmente en el lector/espectador?.

Sea como fuere, la obra literaria, y el arte en general, tiene la apremiante necesidad de gestar ese espacio literario donde ética y estética posibiliten que el lector observe, seleccione, compare, interprete y decida qué hacer con lo que tiene ante sus ojos y de qué forma aplicarlo a su vida; un espacio literario que sea capaz de sacar al lector de su pasividad.

Con estas propuestas, o con las que en cada momento hubiere, el gran fracaso está en no lograr ese equilibrio etico-estetico que hace de un simple texto una obra literaria, capaz de remover en su asiento al lector/espectador sacándolo de su indiferencia.  






 

BALADA TRISTE EN LA CIUDAD OLVIDADA