¿Por qué escribo? No sé,
quizá por timidez o por eso que
algunos llaman, no dar la cara.
Porque escribiendo salgo del letargo
civilizado que domina mi vida
y, en cada trazo, logro construir mi historia con
la piel y el latido de otra.
Porque escribir, es asumir la locura
de una idea
hasta darle a la caza alcance, dejándose
mecer entre sus vuelos.
Es dar un salto al vacío, un riesgo,
una aventura,
es quedar atrapada en el lodo que te abraza
y te engulle y te hace suya.
Es cubrir con la luz de la mirada la inesperada
historia
de aquel que sólo es dueño de su
sombra,
de aquel que sólo es dueño de naufragios.
A veces escribir nos diluye y nos
vuelve cómplices,
y nos lleva a mentir, mentir sin
consuelo
o a sabiendas;
a veces escribir
es ser encrucijada de palabras quietas
que no llevan a ningún sitio,
que no llevan a ningún pecado,
que no llevan
porque no dicen nada.
A veces escribir
es ser el eco más profundo del abismo,
niebla entre dedos que acarician el
destino
aliento entre miradas que se buscan,
entre miradas que se evitan
porque quieren dejar de mirar y no
pueden.
Escribir es sobrevivir al olvido,
es despegar los labios de la infamia
cuando el amanecer es un milagro.
Escribir es ser dueño de otras vidas,
es cruzar la frontera de lo tuyo y de
lo mío
sintiéndose vencida en el cansancio.
Escribir es nacer en el encuentro
o renacer, si lleva de la mano el
reencuentro.
A veces escribir nos da la vida
y nos coloca frente a nuevos
territorios
aún por habitar.
Porque al escribir dudo
y en esa duda se abre paso la certeza
de que es necesario escribir para ser,
para ahuyentar el miedo,
para excavar en la conciencia,
para dejar de ser animal en noria,
para sentirse sola frente al viento y
las mareas,
frente al silencio,
frente a la nada,
frente a ti,
de frente.
Ana Constán
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